Just my AImIAgination...
...running away with me.
Lo primero, aclarar que ninguna de las imágenes de este artículo han sido generadas, editadas o modificadas con algoritmos de IA generativa. Los textos tampoco están escritos por una máquina, si bien utilizo una de ellas (muy querida, además) para traducir mis impulsos cerebrales en basura digital utilizando los dedos. Nada de lo que puedas ver en el blog dentro de mi capacidad de control va a utilizar ninguna de estas herramientas. Y quiero explicar el por qué.
Lo segundo, que esto no es un debate sobre la malevolencia per se de una herramienta con potencial infinito para hacer de este mundo un lugar objetivamente mejor, sino más bien de la malevolencia intrínseca en las razones de su existencia y los objetivos que se persiguen. Aun así, me mojo hasta el fondo en un tema que merece ser tenido en cuenta por tod@s debido a las implicaciones de cambio y transformación que, nos pongamos como nos pongamos, pasado mañana van a significar un punto y aparte en la historia de la humanidad.
Tercero, que el ser humano se sabe temeroso del cambio y adicto a su vez a él, abrazándolo porque sabe que ahí se esconde la alquimia del éxito y el verdadero poder: la comunicación y el control. En un mundo cada vez más dividido y polarizado, donde la brecha entre clases es abismal, los efectos adversos del cambio climático a causa de nuestra mera existencia son un hecho y la tierra es definitivamente redonda, en secreto muchos desean que alguna vez la vida vuelva a ser como antes. ¿Pero qué o cuál antes? Porque tiempo atrás, un poco asustados por la superstición y la incapacidad de asimilar el progreso que oscila ajeno a nuestra intervención, otro poco motivado por perder el control del rebaño o de sí mismo, que los avances tecnológicos o científicos daban miedo a la sociedad. La alfabetización trajo consigo el miedo de nobles, clero, pudientes y poderosos a que las masas pudiesen educarse y empezar a manejar los hilos de la razón y el pensamiento crítico por su cuenta. La existencia de libros accesibles para todo aquel que ya supiese leer (que cada vez eran más) y la proliferación de cientos de decenas de miles de cartas, tomos, enciclopedias, ensayos, poemas y pasquines escritos por seres de todo el planeta fueron un ejercicio de liberación a costa de que ciertas clases sociales perdieran el control sobre ellos...aparentemente, porque al igual que pasaba con los fantasmas que supuestamente aparecían por las bocinas de los primeros gramófonos y las fuerzas inequívocamente demoníacas tras la invención de la fotografía, radio, cine, televisión e internet para robarnos el alma, la humanidad finalmente ha abrazado estos cambios y adoptado a su vez una miríada de nuevas tecnologías que han ido automatizando todos los procesos que se llevan a cabo en absolutamente todas las áreas de nuestras industrias, liberando nuestra carga de trabajo para poder dedicarse a otras cosas, abriendo nuevos campos en los que poder profesionalizarse, ensanchando cada vez más las posibilidades de reproducir fielmente cualesquiera que fuesen nuestras fantasías y encajando todo ello como piezas de precisión en un reloj suizo que marca nuestras horas como esclavos del sistema. ¡Toma ya!
Por el camino los bardos dejaron de tener audiencia, la imprenta enojó a los escribas, reputados pintores reclamaron que la imagen de la fotografía era un insulto al laborioso proceso de reproducir el mundo al óleo y se pensó que eso de juntar imágenes en movimiento igual no era para tanto y pasaría de moda. También se gritó a los cuatro vientos que los cómics perturbaban las mentes de nuestros niños y que en el ruido de las guitarras eléctricas se escuchaban los orgasmos de satanás, así como la televisión llegó para matar al cine, internet a todos los medios de difusión y la IA a toda la humanidad. Hemos cambiado la manera de hacer las cosas. Y creedme, de por sí eso ya influye sobremanera en la capacidad real que tenemos para ser libres. ¿Pero libres en qué? Yo aquí (y ahora, porque este es un tema que protagonizará varias entradas en el futuro) me voy a referir a lo estrictamente relacionado con nuestras capacidades para desarrollar aptitudes orientadas a la creación y expresión artística. Las herramientas cambian y moldean la manera en que interactuamos físicamente con algo, pero la semilla de todo propósito empieza (dicen) en nuestro cerebro.
Es estúpido enfadarse con un algoritmo, punto. Pero peor es confundir un fenómeno de transformación social absoluta con el mero hecho de que las matemáticas y las ciencias de computación sean capaces de crear inteligencias artificiales más o menos elaboradas para automatizar procesos o como herramienta indispensable en sectores industriales, militares, sanitarios e industrias varias como la de los videojuegos; si observamos bien desde esta perspectiva en particular, nos daremos cuenta de que la IA lleva con nosotros unas cuántas décadas. El lenguaje ha cambiado, y donde antes se escribía o hablaba sobre patrones, variables o permutaciones, ahora nos centramos en los susodichos algoritmos, que si bien son diferentes a la hora de aportar soluciones a un conflicto o necesidad, comparten una causa común, que es la de generar la ilusión de un comportamiento artificial vivo y más o menos consciente dentro de un entorno controlado como lo es la interacción de un usuario con su programa o videojuego.
Pensad en cosas simples como los patrones de ataque de los diversos fantasmas en PAC-MAN y cómo la comprensión de cada una de sus variables es la única manera de avanzar hasta las puntuaciones más altas. O cómo muchos de los arcades de naves modificaban su dificultad en función de nuestra pericia, siendo ya un ejemplo de IA adaptativa tempranera en títulos de mediados de los ochenta. Poco antes, en 1982 tenemos otro sorprendente ejemplo, el de la aventura conversacional (basadas en texto e/o imagen donde las acciones se escriben desde el teclado) The Hobbit, que fue todo un éxito de ventas tanto aquel año como el siguiente a pesar de su endiablada dificultad y problemas relativos a sus innovaciones; una de ellas se basó en una IA sencilla para que los personajes no jugables (PNJ's en castellano, NPC's en inglés) tuviesen libre albedrío y una aparente cadena de quehaceres y obligaciones. Ello derivó en bugs que rompían el juego al tener personajes esenciales que habían muerto vete a saber por qué o hacían uso y destrozo de algún objeto esencial para poder avanzar. Es decir, exactamente lo mismo, pero menos refinado y obviamente a galaxias en términos prácticos, que todos esos mundos con personitas de mentira y seres fantásticos que llevamos viendo en multitud de aventuras y juegos de todo tipo, solo que ahora en los menús y barras de estado ya no pone COMPUTER o CPU cuando jugamos partidas con o contra ella, sino IA. Que es lo que ha sido siempre, de una u otra manera.
Ahora bien, imaginemos lo complicado que era su momento tener que pensar y escribir todas las líneas de diálogo posibles en una aventura conversacional o calcular manualmente y en procesos individuales todas las variables que se dan en un juego de rol, todo ello y en ambos ejemplos sumados al desafío de programarlo junto al entorno gráfico. A diferencia de los patrones, que recurren a una solución predeterminada a un proceso o problema específico dentro de un contexto marcado y cerrado, los algoritmos encuentran múltiples maneras de acometer un resultado deseado para resolver el problema en sí valorando diversos contextos o menos dependiente de ellos. Y esto nos lleva a las tecnologías procedurales y su relación directa pero no intrínseca con la IA generativa; de nuevo, lo que se busca es un camino más corto y menos costoso para generar mundos aleatorios. ¿Resta valor a la creación personalizada de un mapa? Aquí está el primer punto de este debate conmigo mismo y con todos vosotros si os animáis a comentar, aunque por otra parte calculo que pasarán meses antes de que esto lo lean más de quince personas reales, ya veis que mis previsiones son siempre las más optimistas. Vamos a ello.
PUREZA
Detrás de todo avance o nueva técnica existe su contrapartida, convertida primero en tradición y después en reliquia del pasado hasta su inevitable extinción. Cada generación hablará de su manera de hacer las cosas como la auténtica, sin ser conscientes de que cualquier herramienta o conocimiento de entonces ya barrió con las tradiciones de nuestros ancestros y es raro que acudamos a ellas como solución cotidiana aunque pueda resultar más práctica en ocasiones. Sabemos que no son tecnologías estrictamente muertas, tal como el latín no es realmente una lengua muerta en el sentido absoluto del término. Siempre, en cualquier lugar del mundo, habrá al menos una persona que siga algún tipo de actividad basada en la tecnología de hace medio, dos o cinco siglos atrás, lo cual es algo bello de pensar realmente. Pero aquí la excepción no confirma la regla y lo natural es simplemente dejar todo atrás y adaptarse o morir socialmente. Mi generación, que dicen que es la misma que la X que marca el lugar del tesoro en los mapas de Monkey Island (y eso ya es un buen augurio) es de las que más cambios trascendentales ha visto en lo relativo a nuestra relación con las máquinas y nuestra relación con el arte y el entretenimiento. Sin entrar en cuestiones políticas todavía, supongo que nos faltan un par de guerras mundiales y otra civil para estar curtidos en algo más que nuestra alienación progresiva, pero no nos engañemos, que aquí hablo de alguien nacido en la España y el Madrid de 1980. Preguntemos en otros países sobre conflictos armados, matanzas y hambrunas y probablemente nos manden a la mierda con nuestra vara de medir metida por el esófago o se rían con lástima en nuestra cara.
Lo que sí que hemos visto desde nuestra poca apreciada situación de privilegio ha sido cómo el debate sobre la pureza de hacer las cosas de una u otra manera caldeaba los ánimos según transcurrían los años e inventábamos o descubríamos nuevas tecnologías, nuevos recursos y nuevas maneras de interconectar el mundo. El cine sonoro se entendió como una amenaza y de restarle pureza al supuesto propósito del medio, que era encandilar gracias a su imagen y todo el enrevesado y laborioso proceso de hallar un nuevo lenguaje. Pero igual que la audiencia no tuvo problemas con la música en directo acompañando las proyecciones, tampoco tuvo problema en escuchar las voces de sus estrellas favoritas, a pesar de que hubo sonoras (y nunca mejor dicho) decepciones respecto a las expectativas sobre cómo se pensaba que debía sonar tal o cual intérprete. Como tampoco tuvimos problemas en ponernos gafas rojas y azules y pactar constantemente con la suspensión de nuestra incredulidad para aceptar las verdaderas limitaciones de los efectos especiales mientras estos evolucionaban a pasos agigantados cada año. Haber cambiado de una era analógica a otra digital fue el verdadero hito tecnológico y cultural del siglo XX. Y aunque supongo que hubiese sido más feliz fumando porros, follando a lo loco y siendo golpeado por los grises en los setenta (y Francia no estaba tan lejos, verdad), lo que me tocó no es como para quejarse, tampoco. Como sea, ni tú ni nadie elegiste donde y cuando nacer. Que nos quede bien claro eso siempre.
La brecha entre progenitores y educadores respecto a la infancia y adolescencia que se desenvolvió en aquella época fue mucho más acusada que ahora (toda una galaxia de distancia si incluimos a sus predecesores), pero con margen de acercamiento si existía un verdadero interés por parte del adulto y se esforzaba de verdad por estar "al loro" de las cosas. Porque muchas madres y padres y tíos y cuñadas también habían soñado, quizá más pausados, de las mieles de la ciencia ficción, el amor libre y los sintetizadores, por poner tres clichés. Los más jóvenes, cierto. Los más esforzados y esto es triste reconocerlo, también los más proclives en su senectud a cambiar de chaqueta según les viene el viento. Pero ay, que divago. Lo normal es que un chico de mi generación en esa España fuese un bicho raro por leer comics pasados los diez años, trastear con microordenadores y pasar tardes enteras en un cibercafé explorando BBS´s, listas de correo y páginas web con cientos de elementos animados en pantalla y mosaicos lisérgicos de fondo. Un bicho raro destinado a la delincuencia tras ver Akira o Uritsukidoji o escuchar Public Enemy y Frank Zappa, leer mangas, jugar al rol o tener la picha dura viendo tebeos de Moebius donde salían señoras de pechos gigantes y un señor con el lúbrico crónico. Donde hacer un fanzine era cosa de locos e informarse de lo que pasaba en cualquiera de las subculturas que te molaban una misión imposible. Aunque ya veis, todo eso ahora no importa y carece de valor para las actuales generaciones. Es un bagaje, nada más y nada menos. Lo positivo y constructivo de la tecnología es la democratización que permite en términos de expresión. Todas las veces que hemos pensado lo fácil que sería si...y al final acabamos encontrando soluciones que nos facilitan la vida. Siempre. Y para los que se toman en serio la creación como el aire que todos respiramos, al final la responsabilidad de combinar todo lo aprendido, seguir utilizando las mismas herramientas o abrazar nuevas vías es tanto una elección del corazón por principios como una aventura prometedora hacia lo desconocido. La creación es algo no solamente personal, sino sutil. Objetivamente es más laborioso y costoso en el sentido logístico y económico grabar una pieza musical con orquesta que hacerlo en tu casa utilizando samples, pero esto es algo engañoso, ya que el propósito final de la utilización o no de Y o X herramientas es canalizar un talento, una expresión y un mundo interior hacia el mundo exterior. La verdadera pureza en verdad pesa sobre los hombros del que ve, toca y escucha, que es el que dicta si su emoción filtra la metodología de aquello que recibe. Así, la percepción está sujeta siempre a un factor externo, que cruzado con el de las propias expectativas es lo que enreda todo debate sobre la pureza o legitimidad del proceso creativo.
Secuenciar música y producirla es tan complejo como interpretarla. Dibujar utilizando lápiz, goma de borrar y tinta conlleva sus dificultades y laboriosidad tanto como la creación digital impone sus propios retos. Es lícito no sentirse cómodo con alguna de las dos vías o mezclar un poco de ambas. Hete aquí la libertad asociada al progreso responsable, poder elegir entre decenas o cientos de disciplinas diferentes para encauzar libremente tu caudal creativo hacia la dirección que quieres. A aquello que te deja satisfecho y que tu corazón dicta que así es como deben ser las cosas para ti. Pero sobre todo, aquello con lo que te comprometes en base a tus capacidades innatas y el deseo de aprender para desarrollarlo hasta el nivel que puedas o quieras.
Una de las réplicas más recurrentes dentro de quienes defienden el uso de la IA generativa como creaciones legítimas (en el sentido de ponerlas a la misma altura que una creación puramente humana) es que ya veníamos haciendo trampas desde hace muchos años. Y en parte hay algo de razón, pero el reconocimiento no es vinculante a los que opinan así, aparte de que excusatio non petita, accusatio manifesta.
La creación es una cuestión de ética, también. Y la ética está perdida desde hace siglos, desde que el arte y la expresión son un instrumento político, una influencia para las masas y una herramienta ancestral para manipular nuestra percepción del mundo y de la existencia. El arte se vende. Y en el momento que el arte se convierte en negocio, ya no hay más brújula que la del brillo de la moneda. El arte ha sido y aún tenemos ejemplos contemporáneos, patrona de la esclavitud, de la disciplina basada en dolor y sangre y por encima de todo, del culto al ego y nuestra conexión divina y suprema con los dioses. De industrias viles y avaras y gentes deshonrosas, plagios, boicots y encubrimientos que reescriben la historia a conveniencia. Así es, pero para los que no somos así, crear sigue siendo un asunto muy serio.








Comentarios
Publicar un comentario